Ubicado en la zona montañosa de Tlalpan,
el principal reto de este proyecto consistió en intervenir un terreno con marcados desniveles.
La propuesta arquitectónica partió de un principio claro: el terreno dicta la forma. Se diseñó un volumen que se adapta al paisaje, integrando las pendientes como parte fundamental del recorrido interior y de la experiencia de habitar.
Este enfoque permitió no solo una integración respetuosa con el entorno, sino también la maximización de las vistas, la entrada de luz natural y la ventilación cruzada.
Se trata de un ejercicio de diálogo entre la arquitectura y la naturaleza, en el que el diseño se convierte en una herramienta para habitar el paisaje sin imponerse sobre él